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Las dificultades para transportar arte quedaron expuestas con un Picasso que se extravió por una confusión


El insólito extravío de «Naturaleza muerta con guitarra», un pequeño cuadro de Pablo Picasso de apenas 12,7 x 9,8 centímetros y más de un siglo de historia, volvió a revelar que trasladar arte es una tarea compleja, cara y vulnerable a fallos humanos. La obra, envuelta y precintada, desapareció en un edificio de Madrid cuando debía ser trasladada de la casa de su dueño a una muestra en Granada. Por veinte días toda España la buscó y siguió el caso como un robo de arte.

Se lo había llevado la portera pensando que era un paquete del correo.

Fuentes del entorno del propietario insistieron en declaraciones a la prensa que se trató de una pérdida “accidental”. En ningún momento el matrimonio que trabaja en el edificio tuvo intención de apropiarse del envío.

“Están muy disgustados porque se pueda pensar que ellos son sospechosos de algo porque son extranjeros y, no, al contrario, estamos muy agradecidos”, señalaron a la agencia EFE. La mujer tomó el paquete alrededor de las 14.30 del 2 de octubre, cerca de la puerta del edificio. “Pensó que era algún paquete que algún vecino se había dejado al entrar o salir del inmueble y se lo llevó a la portería, sin más”, explican.

El lienzo, enmarcado y protegido con papel burbuja y cintas adhesivas con el logo de la empresa de transporte, nunca llegó a subir al furgón que debía llevarlo a Granada. Todo indica que, por su tamaño pequeño en comparación con el resto de las piezas destinadas a la exposición Bodegón de CajaGranada, fue olvidado en el edificio. Mientras tanto, una docena de obras de otros autores, entre ellos Juan Gris, se fueron para la muestra.

El propietario es un reconocido coleccionista privado de las vanguardias del siglo XX, habituado a prestar obras a museos y galerías. Pero este negocio no es sencillo. Se trata de mover piezas que valen fortunas pero, por antigüedad o sus materiales, son extremadamente frágiles. El cuadro con un valor de mercado de 60 mil euros, había sido asegurado por 600 mil euros. Un negocio difícil.

Quien puso el foco en ese mundillo fue el periodista español Miguel Ángel García Vega, especializado en cultura pero también en negocios. “Transportar arte es caro, pero ese cuadro no se debió perder”, sostuvo en una columna del diario El País.

Allí relató cómo es el proceso. «Se pueden transportar de dos formas: o bien en cajas a la medida de madera (lo que encarece el desplazamiento) o utilizando un tipo de cartón que, paradójicamente, se llama de panel ligero, muy resistente (unos 15 milímetros) que protege a la pintura».

Generalmente es la galería quien decide el tipo de transporte. Una obra que tiene que hacer un viaje largo y que además es valiosa se moverá protegida por madera. Pero cada vez son menos los artesanos que se consagran al trabajo de confeccionar esas cajas a medida.

«El problema para los coleccionistas internacionales es que estas cajas de madera son muy caras y siempre se busca que el gasto lo asuma la galería», agrega el analista. Los transportes se realizan con las obras sujetas en cinchas tensadas en los bordes del camión, para evitar cualquier tipo de vibración y con documentación precisa.

“Olvidarse un Picasso, por pequeño que sea, resulta algo excepcional», afirma, aunque pone el foco en que «los transportes y los seguros han subido mucho los precios”.

La investigación policial reveló una cadena de errores previos al extravío. La lista de las 56 piezas cargadas en el camión estaba “mal ordenada de origen” y las obras “no estaban bien identificadas con un número”. A eso se sumó un paso intermedio inesperado: los transportistas decidieron pasar una noche en la localidad de Deifontes, a solo 22 kilómetros de Granada. Aunque aseguraron que nunca dejaron la carga sin vigilancia y se turnaron para custodiar el vehículo, ese desvío disparó las sospechas públicas sobre su trabajo.

Todo eso levantó muchísimas suspicacias y un juego de detectives que tuvo entretenida la prensa local varias semanas. Pero la realidad resultó ser mucho más simple. Más cercano a «La Carta Robada» de Edgar Allan Poe que a cualquier cuento de Arthur Conan Doyle.

Y es que el Picasso jamás había salido del edificio, ubicado en la avenida Pío XII del coqueto barrio madrileño de Chamartín. La clave estaba en un paquete que la portera, sin mirarlo demasiado, subió a su casa y dejó olvidado en un rincón. Días más tarde, cuando ya la prensa hablaba del “Picasso perdido”, su marido comentó la noticia, incrédulo por la supuesta falta de profesionalidad de los transportistas.

Fue entonces cuando ella recordó el misterioso paquete. También recordó que uno de sus vecinos era coleccionista de arte. El matrimonio, sin atreverse a abrirlo, llamó a la policía. Los investigadores llegaron de inmediato y pudieron comprobar que se trataba de la obra perdida.

Una que finalmente siempre estuvo a poco más de un ascensor de distancia de su dueño.


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