“Me salvé, pero llevo en mi piel el estigma de la guerra”, el testimonio de la bioquímica de la UBA que sobrevivió al Gueto de Varsovia

Desde que Rusia invadió a su vecina Ucrania, Polonia ha tenido que reducir sus pretensiones en términos de crecimiento económico y aunque la guerra, que está muy cerca, no se palpita en las apacibles calles de Varsovia, hay temor. No es para menos.
Los horrores padecidos aquí durante la ocupación nazi, iniciada en septiembre de 1939, perduran en los muros de lo que fue el Gueto, en el cementerio judío y en los parques de abedules, tilos y pinos, en los que se emplazan los monumentos a los héroes del levantamiento del Gueto.
Hay un intento de evitar la ceguera, de memorizar lo que ocurrió, en momentos en que el ataque de los terroristas de Hamas a Israel, el 7 de octubre de 2023, trae aquellos horrores al presente.
La vida de Rosa Rotenberg es uno de los tantos ejemplos. Esta sobreviviente del Gueto de Varsovia, acompaña a un nutrido grupo de empresarios, investigadores y periodistas argentinos a un recorrido organizado por el Museo del Holocausto de Buenos Aires, cuando se cumplen 80 años de la liberación de los campos de concentración. Juntos participaron de la Marcha por la Vida.
No son los únicos en el país del Báltico que el próximo 15 de mayo vuelve a elegir presidente en una región convulsionada. En cada sitio y a modo de homenaje se colocan tres flores de narciso, el símbolo de la resistencia frente a los nazis.
Rosa nació en una fecha que no pudo precisar en 1941 y con apenas seis meses su madre, Rebeca Seywacz, logró que alguien se la llevara oculta en un bolso desde el Gueto al orfanato Kzendza Boduena en el centro de Varsovia. Le puso el nombre Wanda Darlewska para protegerla.

Y allí estuvo con otros 600 niños que durante los bombardeos de los alemanes se hacinaban en un sótano y morían. Al fin de la guerra su padre, Salomón Rotenberg, uno de los resistentes del Gueto y que sobrevivió tras pasar por tres campos de trabajo forzado, logró finalmente rescatarla.
La localizó gracias a una marca de nacimiento, un pequeño orificio en su oreja derecha que, cosas de la genética, heredó su nieto mayor.
En cuanto a su madre, Rosa pudo reconstruir que en uno de los tantos traslados de la población judía efectuados por los nazis, a su padre lo habían separado de ella en los trenes de deportación. “El era hábil y pudo sobrevivir”, rememora Rosa. Cuando su progenitor la rescató, al fin de la guerra, Rosa estaba desnutrida con un principio de tuberculosis y llagas en el cuero cabelludo.

Salieron de Polonia rumbo a París y finalmente llegaron a la Argentina en el barco Florida que iba a dejarlos en Chile para que su destino fuese Bolivia. Pero unos conocidos que estaban en Buenos Aires los convencieron para que se quedaran en Argentina. Rosa ya tenía 9 años.
Su padre pudo formar un nuevo hogar y Rosa creció con dos nuevas hermanas. En Argentina la vida cambió. Estudió Bioquímica y hasta compartió las prácticas con César Milstein, nuestro ya fallecido Premio Nobel. Es doctora en Bioquímica, dictó clases en la UBA y se dedicó a investigar la cura del cáncer.
De a pedazos, Rosa fue armando su propia historia y le llevó décadas conocer la triste suerte de su madre.

Separada de su padre en el tren, Regina fue esclava en varios campos de concentración y murió en en Bergen Belsen, al sur de Hamburgo, Alemania, pocos días antes de ser liberada en 1945. Tenía 30 años.
En Varsovia, en el mismo orfanato que la cobijó, Rosa dice ante periodistas, que no se considera una sobreviviente: “A mi me salvaron, me sacaron del Gueto, pero llevo siempre conmigo el estigma de la guerra”, señala al reconocer muy emocionada que “hubo una cadena humana que me protegió”. El lugar fue en parte reparado y cobijo a otros tantos chicos judíos.
Al lado de Rosa, el rabino Guido Cohen reflexiona: “La pregunta es cómo hacemos en medio de la oscuridad para sostenernos. Y la respuesta es sigamos adelante”.
Varsovia, que había surgido en la edad media como una ciudad de pescadores, creció hasta convertirse en la París del Norte, “y por eso atrajo a una importante población judía. La nobleza buscaba a los judíos que eran comerciantes, hablaban varias lenguas y se desempeñaban como hábiles administradores”, acota el historiador Yoel Schvartzman.
Con la ocupación alemana en Polonia en 1939, surge el Gueto en el que obligaron a vivir a 380.000 judíos hacinados como mano de obra esclava para varias industrias. Pero aún bajo las condiciones más extremas se organizó la resistencia y hubo un heroico levantamiento que en Polonia se recuerda todos los 19 de abril. Unos 80.000 judíos murieron en el Gueto de enfermedades y de hambre.
En 1942, los alemanes aprovechando las líneas de ferrocarril que ya existían, idearon Treblinka, en una zona boscosa, alejada a 8 kilómetros del pueblo más cercano. Construyeron las cámaras de gas y comenzaron a deportar a los judíos a ese campo de exterminio. Estaba en marcha la solución final ideada por las SS.
En Treblinka simularon hasta una falsa estación de tren para que las personas creyeran que iban a otro lugar a trabajar. En ese decorado colocaron un reloj pintado que tenía establecida como hora las 4,15. Siempre eran las 4,15 en Treblinka.
Allí enviaron por ejemplo al pediatra Janusza Korczak con 70 niños. Les sacaban las pertenencias, los desnudaban, les cortaban el pelo, ingresaban a las cámaras y ya muertos les quitaban los dientes. En lo que fue una eficiente industria de la muerte mataron a 800.000 judíos en Treblinka.
La derrota del ejército alemán en Stalingrado fue decisiva para que los alemanes cerraran Treblinka y destruyeran todo rastro a fines de 1943. En 1950 el gobierno polaco hizo de Treblinka un monumento.
Esto pasó en el país de Juan Pablo II, el Papa Polaco con fotos que lo recuerdan hoy en cada iglesia. También, en la patria de Lech Walesa, el electricista de los astilleros, creador del sindicato Solidaridad que empujó el fin de la dominación soviética.
Polonia es el país de Chopin, el del escritor Bashevis Singer y del cineasta Andrej Wajda. Cuando en Treblinka se llega donde estuvo el crematorio, sobresale una piedra gigante en la que pintaron la frase “Nunca Mas” en varios idiomas.
En cuanto a Rosa, en estos días pudo completar el rompe cabezas. Junto a sus hijos, Miguel y Carolina Rozensztroch llegó hasta Bergen Belsen. Y en lo que hoy es un predio militar de la OTAN encontró la parcela 62, el lugar exacto donde enterraron a Regina, junto a otros prisioneros de guerra. Se supo que era un campo superpoblado y que allí estaban hambrientos y debilitados. Murieron 13.000 personas. Fue liberado por los ingleses en junio de 1945.
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