Los “Incel”: odio, masculinidades rotas y redes sociales como criadero

Antes, el fenómeno “Incel” estaba resguardado en los antros más marginales de internet, pero la criatura escapó su cautiverio y se convirtió en señal de alarma para el mundo análogo también. Bajo esa etiqueta (que viene del inglés involuntary celibate, o «célibe involuntario”) se agrupan varones que, frustrados por su falta de éxito romántico y sexual, canalizan su malestar a través del odio.
Lo peor es que en los últimos años, muchos de estos discursos se filtraron hacia el espacio público. Desde influencers como Andrew Tate hasta políticos como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei se hicieron carne en la figura del varón ofendido y “oprimido” por las luchas por la igualdad. En estas figuras, los autodenominados incels encontraron legitimación social y política. ¿Qué hay detrás de esta comunidad de odio? ¿Por qué crece entre los varones jóvenes? ¿Cómo se desarma esa bomba social?
¿Qué es un incel?
Aunque originalmente la palabra «incel» fue creada en los años noventa por una mujer canadiense para hablar de soledad y relaciones fallidas, en los foros masculinos se transformó en un grito de guerra. Hoy, un incel no es solamente un hombre sin pareja: es un varón resentido que culpa a las mujeres por su falta de afecto y sexo, y que muchas veces defiende ideas misóginas, homofóbicas y violentas.
La cultura incel promueve una visión profundamente determinista y jerárquica del mundo. Se habla de “Chads” (hombres atractivos que acaparan a todas las mujeres), “Stacys” (mujeres bellas que los rechazan), y se idealiza una masculinidad fuerte, agresiva y dominante. Aquellos que no logran encarnar ese modelo (de hecho, muy pocas personas en el mundo pueden) terminan desarrollando una identidad de víctimas, convencidos de que el sistema, el feminismo y la corrección política hacen que a ellos les vaya mal en la vida.
La comunidad Incel se nutre de una concepción rígida y tóxica de la masculinidad, conocida como masculinidad hegemónica. Este modelo impone expectativas casi imposibles como ser extremadamente fuerte emocionalmente, ser agresivo, tener siempre el control de todo y jamás demostrar vulnerabilidad o sensibilidad.

Una masculinidad en crisis
Masculinidades en Red (MER) está conformado por expertos como Jorge Ríos, docente y activista, Gonzalo Bordón, que es abogado y ampliamente formado en perspectiva de género en el área jurídica, Daiana Galeano, que es una psicóloga, ampliamente formada también en abordaje de las violencias de género y Juan Pablo Vitali, que es historiador y actualmente doctorándose en la antropología social.
NEAHOY consiguió una entrevista exclusiva con uno de sus fundadores, el psicopedagogo Roberto Grismeyer, que explicó que: “el varón desorientado ya no pudiendo cumplir ese rol de ser económicamente solvente por la crisis económica, desorientado no pudiendo tener éxito amoroso por no saber qué conductas son correctas”.
Cuando decimos que el patriarcado también afecta a los varones nos referimos a este tipo de cosas. Los varones tienen unas expectativas de género tan rígidas e inalcanzables que les genera una crisis de identidad. Muchos hombres jóvenes, al no cumplir con estos estándares, se sienten marginados y buscan validación en otros lugares, por ejemplo, en la comunidad Incel.
La vida no es una película de acción, y a la gran mayoría de los varones no les va bien, no tienen éxito ni reconocimiento ni poder. Y eso que deberían sentir como frustración del sistema, como una demanda para cambiarlo, lo convierten en odio hacia quienes creen que están en mejor situación que ellos. Esto es un dato para tener muy en cuenta.
Para Grismeyer, el problema se agrava cuando los jóvenes internalizan ese fracaso como una injusticia dirigida: “Si encima te convencen de que deberías tener todo eso solo por ser varón, y no lo conseguís, aparece la idea de que hay una conspiración. Y ahí el odio encuentra su chivo expiatorio: las mujeres, la comunidad LGBT y el feminismo en general”.
El odio como refugio
La comunidad Incel es un lugar que ofrece pertenencia, contención, pero también odio. A los varones solos, deprimidos, sin herramientas para procesar su dolor, les da una causa. Les da una identidad. El problema es que esa identidad es, básicamente, odiar al otro.
Las redes sociales tienen un rol central. Plataformas como YouTube, TikTok o Instagram generan contenido que refuerza estereotipos machistas, racistas y transfóbicos, muchas veces disfrazados de “humor” o “opinión política”. El riesgo es que estos discursos no sólo no se frenan, sino que se amplifican.
Hablando mal y pronto, los algoritmos funcionan como fábricas de radicalización. Si un chico de 14 años busca un video de cómo “ser más macho”, o algo parecido, porque se siente inseguro, a los dos clics le están recomendando a un influencer misógino que dice que las mujeres son unas interesadas y que la homosexualidad es una enfermedad.
El odio es un negocio mucho más fructífero que el amor. El odio sí se puede monetizar, generando contenido que genera vistas, clicks, comentarios. Y a los jóvenes que están buscando como ver el mundo, les vende una idea muy simple: que sus problemas son sólamente culpa de los demás.
Grismeyer explica esto citando al autor Michael Kimmel: “le hablan a los varones a los cuales el sistema les ha prometido estatus y poder. Estos varones sienten justamente que “su derecho” les ha sido arrebatado.” Estos varones no ven al feminismo como un proceso de cambio y beneficio que también puede ayudarles a ellos a ver el problema de un rol rígido de masculinidad que los exponen a situaciones de riesgo, lo ven específicamente como un agravio personal.

Cuando la política legitima el odio
Javier Milei es uno de los que mejor entendió este fenómeno y supo cómo capitalizar y catalizar este malestar. Sin hablar explícitamente de incels, su discurso recoge los mismos elementos: desprecio por el feminismo, negación de la violencia de género, burla hacia las personas trans. Todo en nombre de una supuesta “libertad”.
Este es uno de los problemas de que se extienda este discurso, la validación política del discurso de odio, no solo desde los márgenes sino desde el centro del poder. Cuando un presidente dice que el feminismo es una enfermedad, o que la comunidad LGTB está llena de pedófilos, está habilitando simbólicamente a que ese discurso baje hasta el último grupo de WhatsApp del secundario.
“Y hablando específicamente del impacto que tienen estos discursos en los varones jóvenes, es interesante notar que la mayoría de los votantes de Milei fueron varones. Varones jóvenes”, comenta Grismeyer, antes de señalar que: “si hablamos específicamente de adolescentes, estamos en un problema más crítico porque, estamos hablando de personas que están en plena formación, que están constituyendo su personalidad y su sistema de valores.”
“Yo creo que nosotros estamos en un proceso en donde la vida real y la vida digital está perdiendo su límite”, asegura Grismeyer. “Si a nosotros, los adultos, nos pasa de estar pendientes de los celulares, de cómo construimos nuestro perfil, de las fotos que subimos, de si nos vemos lindos…” explica el experto.
“Hay que llevar todo esto a la mente de un adolescente, porque esa frontera y ese límite entre percibir lo real y lo digital se vuelve como mucho más tajante.”
La salida no es la burla, es el acompañamiento
Frente a este escenario, la reacción más habitual es el rechazo o la ridiculización de los incels. Pero para Grismeyer, eso es un error estratégico: “burlarse de los incels no sirve para desactivar el fenómeno. Al contrario: los victimiza más, les refuerza la idea de que nadie los entiende. Y ahí es donde más se cierran sobre sí mismos”.
En general, nos reímos del que no tiene éxito amoroso, del que culpa al feminismo de sus frustraciones, del que replica discursos misóginos desde un lugar de aparente victimización. Sin embargo, como advierte el psicopedagogo, “estamos hablando de personas que están en plena formación, que están constituyendo su personalidad y están constituyendo sobre todo su sistema de valores”.
La salida no es reírse del que está perdido, sino ofrecerle una brújula. Porque si no lo acompañamos, otros lo harán. Y muchas veces, lo harán desde el odio. Necesitamos, como plantea Grismeyer, “problematizar el rol del varón en esta sociedad” y construir alternativas más justas, humanas y empáticas.
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